Page 39 - Necesidad del tribunal marítimo y fluvial en Colombia - GAC
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contaba el afán religioso de lucha contra el Islam y la posibilidad de ascenso social por
                   méritos de espada.

                   Los  reyes  de  Castilla  hicieron  pronto  suya  la  inquietud por  el  mar:  protegieron  la
                   construcción naval, apoyaron la creación de atarazanas y astilleros y concedieron fueros
                   y  privilegios  a  las  ciudades  del  litoral.  De  esta  manera,  fue  creciendo  el  potencial
                   naval castellano y su utilidad, tanto en la paz como en la guerra.

                   En contraste con la navegación de cabotaje propia del Mediterráneo, en que un marinero
                   almorzaba  en  un  puerto  y  cenaba  en  otro,  navegando  siempre  cerca  de  tierra,
                   los   viajes de altura eran lo contrario: muchos días, a veces hasta meses, sin pisar tierra,
                   y comiendo la mejor de las veces bajo un balanceo monótono. Por ello, los grandes viajes
                   descubridores partieron de sus puertos.

                   Para adentrarse en el océano y practicar una navegación de altura con ciertas garantías,
                   fue muy conveniente poder disponer, en primer lugar, de una embarcación resistente al
                   oleaje, fuerte y bravo, del Atlántico, ya que ni servían las galeras movidas a remo, de
                   bajo  bordo  y  excesiva  tripulación,  ni  tampoco  los  veleros  redondos,  lentos  y  poco
                   manejables;  la  solución  ideal  sería  la  carabela.  En  segundo  lugar,  se  hizo  necesario
                   estudiar y conocer las condiciones físicas del mar, los vientos y corrientes que reinaban
                   en cada lugar para aprovecharlos al máximo y marcar las rutas más favorables. Por último,
                   resultó imprescindible manejar todo tipo de instrumentos que ayudasen a orientarse en
                   medio  del  ancho  mar,  localizar  con  la  máxima  precisión  las  tierras  que  se iban
                   descubriendo y asegurar el regreso a los puertos de origen.

                   La carabela nació, y no por azar, en la península Ibérica, punto de confluencia de la técnica
                   del Norte: barco redondo, pesado, robusto y de gran porte; y la del Mediterráneo, donde
                   predominaba el navío ligero, largo y maniobrero (la galera). Es posible que sus creadores
                   fueran los portugueses. Carabelas semejantes a las que surcarían las rutas de América
                   empezaron a navegar hacia 1440, una vez descubierto el cabo Bojador[80]y la corriente
                   de las islas Canarias. La primera   innovación que presenta es que se trataba de un velero
                   largo, de ahí su velocidad y manejabilidad. Tenía una proporción entre eslora (longitud de
                   la nave sobre la principal cubierta) y manga (anchura mayor de un barco) de  3,3  a  3,8
                   metros. Su casco era muy resistente y apto para la violencia del océano Atlántico.  Una
                   segunda  característica  se  refiere  al  velamen.  Lo  desarrolló  mucho: aumentó los
                   mástiles y empleaba indistintamente la vela cuadrada y triangular o latina, con  lo  que
                   ganó fuerza motriz  y  capacidad  de  maniobra.  Desde  que  se  inventó  la carabela, las
                   únicas  innovaciones  hechas  durante  casi  trescientos  años  se  refieren  sólo  al
                   perfeccionamiento  del  velamen.  Fue  lo  más  rápido  que  surcó  las  grandes  rutas  y
                   únicamente quedó desplazada por la llegada del vapor. La capacidad de carga variaba
                   bastante.  Las  más  utilizadas  durante  los  siglos  XV  y  XVI  oscilaban  entre 60  y  100
                   toneladas. Entre 15 y 30 tripulantes eran suficientes para gobernar el barco, y algunos
                   más si iban en misión de descubierta.

                   Durante la segunda mitad del siglo XV, la navegación de altura, basada en la orientación
                   de un  navío  según  la  posición  de los  astros,  todavía  resultaba muy  difícil  debido  a  la
                   escasa preparación matemática de los navegantes, y también por la dificultad de emplear
                   en los navíos ciertos aparatos que requerían quietud absoluta para ser exactos. Por ello,
                   se  puede  decir  que  la  mayor  precisión  llegaba  tras  observaciones  desde  tierra  y  por
                   hombres teóricos y científicamente preparados.

                   Lo frecuente y normal en esta época era navegar "la estima", es decir, anotar el rumbo
                   y  fijar  su  posición  en  unas cartas de  marear  o  mapas  marítimos  dibujados  sobre
                   pergamino. Estas cartas reflejaban con bastante precisión los accidentes geográficos y

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